jueves, 22 de diciembre de 2011

Letra, sangre e informática


El artículo de un profesor universitario que renunció a su cargo ante el fracaso de sus alumnos de comunicación social en una sencilla prueba de redacción ha agitado a los lectores de EL TIEMPO, a diversos columnistas, a varios programas de radio y a las redes sociales. Una vez más, los colombianos se preguntan por la calidad de la enseñanza que reciben, la influencia de los medios informáticos en los jóvenes y las responsabilidades que corresponden a diversos protagonistas (alumnos, profesores, padres, instituciones, Estado) en la educación.

En los últimos tiempos, el país ha fortalecido el presupuesto del ramo, construido colegios e inaugurado espléndidas bibliotecas. Pero estos esfuerzos cuantitativos no se ven premiados por avances en la calidad. El proyecto Educación Compromiso para Todos (ECPT) examinó el período 2002-2009 y concluyó que, a pesar de los mayores recursos, las cosas no han mejorado en forma notoria. 

Existe la sensación general de que, como se decía antes, "la letra no está entrando". Una encuesta de ECPT hecha hace dos años indicó que solo el 16 por ciento de los padres están muy satisfechos con la enseñanza que reciben sus hijos y los demás se muestran apenas conformes o descontentos. 

No es una percepción subjetiva. Las pruebas Pisa, que miden la calidad de la educación en más de 70 países, dejaron a Colombia en muy mal lugar. En el 2009, el nuestro quedó entre los últimos lugares de la tabla, tanto en lo que hace a comprensión de lectura como a capacidades en ciencias y matemáticas. El hecho de que mejorara algunos de sus registros respecto al examen anterior no es consuelo ante los pobres resultados obtenidos. Resultados que son sensiblemente inferiores en los colegios públicos que en los privados, lo cual constituye una desventaja antidemocrática, que condena a miles de estudiantes procedentes de familias de estratos bajos.

En contraste, los primeros puestos fueron para Finlandia, China y Corea del Sur. Los dos últimos pertenecen a la cultura del trabajo agotador: los jóvenes de esos países prácticamente viven para estudiar y quienes más los obligan a ello son sus padres. Es una concepción llevada al extremo sobre la necesidad de ser superior a los demás, más una competencia entre las mamás que entre los niños. Finlandia, por el contrario, es más laxa en horarios y menos esclavizante en tareas hogareñas. Su secreto son los profesores. Bien preparados, bien pagados, socialmente respetados, ellos son el motor de la educación y la garantía de su calidad. 

El problema es que ni los padres exigentes ni los excelentes profesores son los únicos factores que inciden en la instrucción de los alumnos. La sociedad en que viven y, cada vez más, las tecnologías informáticas también entran en el juego. Ya no es solo la discutida influencia de la televisión y la falta de lectura en la formación de valores, sino aquello que les dan y aquello que les quitan las redes sociales y las jergas fragmentarias. En el caso de los estudiantes de comunicación social, el profesor señala que, año tras año, aumenta la incapacidad de comunicarse por escrito con coherencia, claridad y sin graves atentados ortográficos ni gramaticales. 

El desafío en esta materia es general: ¿cómo conseguir que las tecnologías del siglo XXI sean aliadas y no enemigas del desarrollo intelectual de los jóvenes? ¿Cómo hacer para que la letra entre sin sangre y con informática? Es inevitable que todos los interesados reflexionen sobre la bomba que estalla en sus manos y se adapten a una nueva realidad que, por ahora, ofrece muchas más preguntas que respuestas.

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